domingo, 23 de noviembre de 2008

MEMORIA DE RAFAEL MOLINA

El hombre desconocido se sentó en la silla que le indiqué. Miró hacia la mesa En esta había un montón de libros; junto a los libros un biberón. En ese instante, un gato blanco y negro que había permanecido invisible y atento saltó sobre sus rodillas. El hombre lo acarició con cariño y volviendo sus ojos hacia mi, dijo:”Bueno… cuéntame tu vida”.

Esto sucedió el día que conocí a Rafael Molina, que regentaba en horario de tarde una librería de viejo situada frente a la iglesia de San Sebastian, en la madrileña calle de Atocha. Por las mañanas ejercía de subordinado en una empresa que fabricaba trenes. Aquella oficina,-por lo que él contaba a veces- debía de ser mas bien siniestra, y el espacio de libertad, la ruta de escape, eran para él unas pocas horas de la tarde en la librería.
Entre aquellos miles de volúmenes que exhalaban ese olor que tantas veces reputamos como abominable y dulzón, nos vimos y hablamos muchas veces, muchas. Aun así, cuando se fue, lamenté que no hubieran sido más.
Rafael era un hombre atento, circunspecto, amable y cumplido. Siempre la impecable chaqueta cruzada –a lo Tierno Galván-, la sempiterna pipa en la mano, y como fondo ambiental una pequeña radio con el dial clavado eternamente en la música clásica. Rafael era también melómano, wagneriano y , sobre cualquier director de orquesta, partidario de Ataúlfo Argenta.
Como librero de lance, su amor por los libros y su maduración en copiosas lecturas lo invalidaban un poco. Le faltaba ese instinto de presa propio de los que hacen negocio. Su bondad y empatía con los clientes, le hacían marcar a la baja los precios, y era incapaz –en la espinosa zona de las compras- de aprovecharse de la circunstancial debilidad del que acude a vender sus libros a la librería de lance. Nunca se aprovechaba de las circunstancias y, en más de una ocasión, le ví tasar por encima del valor-perdiendo en la compra-solo por que el cliente era alguien especialmente débil.
En aquel espacio maravilloso, que pese a no contar con aire acondicionado tenia un microclima propio, frío en verano y cálido en invierno, pasamos muy buenos ratos, charlando a veces con personajes interesantes, de esa galería de tipos que el libro viejo atrae y reúne por extrañas afinidades. Ambos compartíamos un mismo mundo de lecturas y también un cierto sentido, fundamentalmente estoico y escéptico, de la vida.

En el fondo de la librería, justo antes de la tenebrosa trastienda también llena de libros en cajas de cartón, se hallaba el puesto de mando, iluminado por un pequeño flexo. Bajo su luz, la cajita del dinero, las pipas, el cenicero lleno de cerillas consumidas en sucesivos y frecuentes encendidos y, siempre algunos libros, las lecturas del tiempo. Mas atrás, una gran estantería repleta cerraba la perspectiva y , en ella, colgada a media altura, una foto en blanco y negro de un gato también blanco y negro.





Rafael partió con rapidez y antes de tiempo. Fue fulminado por un infarto en el salón de su casa, sentado en un sillón y con un libro en las manos. La semana anterior había sido especialmente dura en la oficina siniestra de las mañanas, un nuevo jefe recién llegado a la corte desde Beasain o donde estuviera la maldita fabrica de trenes, había puesto a prueba la paciencia de nuestro hombre, hasta el punto de que en los últimos días, casi no se quitaba la pipa de la boca, ni para comer. Cuando supe la noticia, les maldije de corazón.
Recordé entonces que, no hacia mucho, habíamos hablado de la muerte. La cosa vino por un comentario sobre la versión de la Biblia de los setenta. En ésta, no se nombra para nada a Jeovah, sino que el nombre inefable es Adonai. Cuando nos despedimos me dijo: “Bueno, pienso que cuando nos toque ir a ver a Adonai, lo que espero que suceda es que todo hombre , animal o planta que haya sufrido, sea compensado”.

Ahora, mucho tiempo después, imagino que el cielo de Rafael Molina será algo como la inmensa y borgiana biblioteca de Babel, pero donde también suenen los últimos lieder de Strauss y haya excelentes tabacos de pipa , gatos elásticos e inteligentes y agradables conversaciones con su puntito de ironía y humor. Donde el descanso eterno sea un movimiento eterno hacia el conocimiento. Una teología a medida de los buscadores de la verdad y de los que viajan a través de los libros.
Si. Uno de estos fue Rafael Molina, amigo de los libros.


Y amigo de los gatos.

sábado, 22 de noviembre de 2008

LE LLAMABAN BODE

Le llamaban Bode. Su nombre: desconocido, aunque quizá pasara bajo mis ojos en la esquela fúnebre del periódico local. Solo recuerdo que era un tipo fornido ,de pelo rizado y ojos claros. Su carácter, aparte de irascible, también era un poco infantil. De vez en cuando, me lo encontraba en un bar del centro y jugaba con el alguna partida de ajedrez En aquellas circunstancias, algo como un sexto sentido me decía que le dejase ganar. ,Quizá mi inconsciente intuía la necesidad de conservar un cierto equilibrio, pasado el cual solo sería posible la caída .A esto contribuían las historias que me contaba mientras jugábamos, historias que solían ser mas bien truculentas, aunque después pensé que ,en el fondo, eran mas bien exageradas. El tipo haba pasado por aquella olvidada guerra del Sahara enfundado en el uniforme de la Legión, usando el lanzallamas, después de envolver a algún moro en alambre de espino, como para terminar la tarea. Patrullas. Emboscadas. Puñaladas al centinela etc etc. Y después de esto, había regresado a la pequeña capital de provincia.
El caso fue , o había sido que ,antes de irse a la Legión, ya haba dado muestras de un carácter peculiar, mas dado a la acción que al pensamiento. Se haba pirado de la casa familiar, y dormía en un nicho del cementerio, o por lo menos eso me dijeron. algunos que nunca llegaron a saber su nombre, y solo le apodaban Pariente.. lo que si llego
a ser cierto fue que, un día, en compañía de otros, una pandilla de adolescentes, y como fin de fiesta de una queimada en los pinos, al regresar todos caminando a la ciudad y , aprovechando que el camino discurría junto al cementerio del pequeño villorrio de V* , alguien ,en broma, le desafió a saltar al interior del camposanto,…El Bode, en el que como he dicho, la acción precedía al pensamiento, no se lo pensó dos veces, y el resultado de aquella macabra sesión, fue la violación de una sepultura y el trofeo conseguido, la cabeza de un difunto. Con la cabeza en las manos volvieron a la ciudad.
La aventura se prolongo unos días más, en los que los restos humanos fueron conservados en un cubo lleno de orujo, quizá del mismo utilizado para las libaciones que produjeron el hecho. Después apareció el miedo, junto con la noticia en los periódicos que hablaba del vandálico acto…y decidieron dejar la cabeza en un banco de la catedral. La llevaron en taxi.
Después de esta macabra hazaña, y ,previo paso por el talego provincial, el Bode desapareció y apareció intermitentemente por la pequeña ciudad, mostrando un cierto incremento psicopático. Allá donde iba, la bronca le acompañaba. Las borracheras iban unidas a violentos altercados y, en esto andaba, cuando llego el dia, su dia….
Allí estábamos. En un sótano que el oscuro Hermann, uno de nuestros colegas había alquilado y era usado como picadero y lugar de esparcimiento y drogadicción. Allí estábamos, fumando. En el tocadiscos sonaba el Aftermath de los Rolling ,como decíamos entonces, cuando unos golpes en la puerta vinieron a cortarnos el rollo. Cuando Jávi , otro de los presentes, fue a abrir, nos encontramos con una visión espantosa: El Bode estaba en el umbral, empuñando una escopeta de caza, y con cara de loco. Venia alterado, fuera de si mismo, y nos largó una confusa explicación, de la que dedujimos que el tipo venia de atasabar a dos personas. Una pareja de novios que se magreaba en un coche aparcado en el polígono. El Bode había disparado contra ellos, y ni siquiera podía dar una explicación racional de porque lo había hecho.
El miedo corrió entre nosotros como una ardilla que se escapa, y pronto nos encontramos todos fuera del edificio. Dentro dejamos al Bode, que comenzaba a entregarse a la desesperación. Tras un apresurado conciliábulo, nos fuimos cada uno por nuestro lado. Unicamente Hermann ,como responsable identificable de aquel lugar, se decidió a llamar a la policía e informar de la situación.
A partir de aquí los sucesos se precipitaron. A la mayor brevedad llegaron al lugar los policías, toda una numerosa sección de maderos armados de porras, pistolas y granadas de gas. Con megáfonos exigieron la rendición . Siléncio. Después, a través de las ventanas que estaban a ras de suelo, lanzaron sus granadas de gas lacrimógeno. Silencio. El sitiado se mantuvo obstinadamente en silencio.
Después de esto llego el asalto. Rompieron la puerta y entraron. Alli estaba el hombre. Muerto totalmente. Esa era la razón de su obstinado silencio. Al parecer, antes de que llegaran las fuerzas policiales, había construido una rudimentaria máquina de suicídio . Con un cordel pasado por la manilla de la puerta, y por los
gatillos de la escopeta ,apoyando el pecho sobre esta, logró que los dos cañones dispararan a la vez. El blanco: el corazón.
Lo siguiente que recuerdo fue la misa de funeral. No había nadie, o casi nadie. Unicamente reconocí a dos amigas comunes sentadas en el ultimo banco como vírgenes prudentes. Al lado de las gradas del altar, los padres del Bode lloraban.
Realmente, la oración fúnebre fue pronunciada unos días después, cuando alguno de los testigos de aquella terrible ordalía nos encontramos de nuevo fumando unos flais junto a las paredes de la facultad de veterinaria y ,fue pronunciada-como no-por Hermann en persona ,que de manera displicente ,largó como una queja su comentario, mientras parsimoniosamente le daba fuego al porro: “…¡Y además, nos dejo sin música…cayó sobre el tocadiscos¡”

domingo, 9 de noviembre de 2008

PEQUEÑA REIVINDICACION DEL MENDIGO INGRATO

Amigos presentados por los libros .Encontré a León Bloy a través de las paginas de Borges y Junger.Ambos lo adscribian al rango de los profetas.
Busqué sin resultado. Después de un año,en una fría mañana madrileña encontré, en el rastro, un ejemplar de su primera novela “Le Desespere” y cosa de quince minutos después-tan poco digno de ser adorado es el azar-,un ejemplar ya tatuado por el oxido de las “Cartas a Maritain y van der Meer”.

La lectura de esa primera novela: Le Desespere (1886), que significo para su autor el ostracismo en la comunidad literaria francesa, tuvo efectos deslumbrantes. En ella, un antihéroe, un alter ego con nombre resonante y simbólico -Cain Marchenoir- desarrolla una teoría de la historia, providencialista y libertaria a la vez, escandalosamente anacrónica, antes de despachar en una memorable cena, todo el panorama literario de la época, ajusticiando uno a uno a sus literatos.Demasiado.
A partir de entonces me convertí en un devoto, o en un fan, o simplemente en un lector de León Bloy.
Viajé a través de sus panfletos terribles.Textos como “La sangre del pobre”,donde un catolicismo absoluto inspira una critica tan acerada que ,a su lado, leer a Kropotkin o a Pestaña,me parecía perder el tiempo miserablemente entregado a la miopía revolucionaria.Me sumergí en su “Exegesis de los lugares comunes”,libro de cabecera, al que se puede entrar por cualquier pagina, para encontrar en todas y cada una,la disección de la figura burguesa en todos su atributos.Esta es una obra que resulta fundamentalmente inactual y, por tanto, de lo mas actual que se pueda pretender.
Y después,ya deslumbrado,puse mis pecadores ojos sobre sus “Diarios”,que a mi juicio son lo mas fundamental y cargado de su producción.Entre ellos esta ese seudónimo que utilizó para dar titulo a uno de sus cinco tomos: El Mendigo Ingrato

Bloy no es una lectura para niños, ni para optimistas, si a estas alturas queda alguno. Su desprecio por todos los signos de modernidad es patente, asistió a la llegada del automóvil, sancionándolo con un latigazo en latín: “uterus ab tumulus 100 Km. hora”, es decir, más o menos del útero al sepulcro con mas rapidez. A esto lo llamó:”abundancia de medios de huida”.
Tampoco encontraran aquí su solaz los humanistas antiglobalización de la hora presente. Resulta demasiado anacrónico, de un nacionalismo que pronostica un tremendo castigo por el envilecimiento de su patria (Francia). Naturalmente, el castigo llegó en 1940.No pudo verlo. Bloy passed away en 1917.
Pero resulta un buen autor para los sufridores y para los que padecen hambre y sed de justicia, para los que ven el oscurecimiento del horizonte histórico y la creciente marea de estupidez militante ahogar los últimos vestigios de humanidad y apagarse los últimos destellos de belleza. Para esos, León Bloy es una buena lectura, como también lo es Nietzsche, incluso para los que sufren de si mismos.
La buena suerte final de este oscurecido y olvidado escritor es que alguien en alguna editorial ha decidido que alguna de sus obras se reedite, aquí, en esta tierra de nuestros dolores y por tanto aún se pueda encontrar en las librerías.