viernes, 28 de septiembre de 2007

otros pensamientos

Estética de la Misoginia Declaración del Movimiento de Documentalistas Redactada por Fernando Buen Abad Domínguez Vive entre nosotros como epidemia añeja un vicio discriminatorio autoritario y prepotente llamado misoginia. Por él, con él y en él fundamos una cantidad impresionante de instituciones conceptuales y formales que soporta la leyenda ideológica de nuestra historia y de nosotros mismos. Del término misoginia es posible omitir o inventar virtualmente cualquier teoría. La problemática que involucra suscita permanentemente dilemas y polémicas que no satisfacen con su abundancia el fondo de un problema humano en el que la especie riñe consigo misma. Por extensión, uso o costumbre se asocian al concepto misoginia términos como machismo, ginecofobias, complejo de Edipo, entre otros. El problema de fondo es la igualdad y el respeto de una especie que con sus diferencias constituye cierta identidad inatomizable. Las mujeres son las "grandes perdedoras de la historia". En ellas se finca una de las primeras formas de explotación. Ayudaron a producir un excedente del cual siendo copropietarias no fueron beneficiarias igualitarias. La distribución social del trabajo primitivo sobrecargó en las mujeres el principio de la "doble jornada" que en su dinámica laboral-familiar exigió rendimiento productivo diferenciado. Sólo por cierta correlación grupal hacia adentro del núcleo familiar dejó de entenderse como trabajo, lo que en realidad era, y hacia afuera tomó carácter de "papel histórico" lo que fue administración de excedentes. El desarrollo de los grupos no se entendería sin el soporte de esa doble jornada. La misoginia no se explica únicamente por las relaciones desiguales del trabajo, pero de ellas deriva un repertorio complejísimo de visiones y cosmovisiones resueltas con las maneras más disímbolas y estrambóticas. La misoginia se funda en una estrategia que abusó del trabajo femenino y desarticuló el equilibrio con los hombres. La tendencia misógina proviene de jerarquizaciones que no se soportan con el argumento biológico de la "mayor fortaleza" y tampoco se explica con moralejas fatalistas o "destino sumiso". Es en el fondo una constante de abusos enmarañados con pánicos ancestrales que se hundieron en discriminaciones subestimadoras a fuerza de negar lo distinto. Adán resultó ortopedista. La inmensa mayoría de los yacimientos simbólicos ha venido sedimentando focos misóginos reconocibles en casi todas las civilizaciones. La llamada cumbre del pensamiento lógico, que los griegos propusieron para hegemonizar su ideología, tiene como fundamento la afirmación de una singularidad antropocéntrica que no incluye a las mujeres. El carácter homosexual del logos que se basa en la negación del vacío, del hueco y la nada, subordina lo natural a lo artificial y superpone lo eréctil a lo horizontal. En la misoginia anidan ideas que han evolucionado como forma sofisticada de tiranía inter-especie. Las relaciones de explotación que los seres humanos hemos establecido se reproducen en el microclima de las relaciones de pareja. En la misoginia se fortalecen todos los mecanismos de subestimación y denigración que la especie humana contiene contra sí. No escapan ninguna de las lecciones aprendidas por la humanidad para ofender y menospreciar lo que no es masculino o macho porque una de sus connotaciones se supuso sinónimo de productividad, fuerza y eficiencia. Hay en el fondo de la misoginia un componente de miedo asociado a la pérdida del poder y el control sobre los alimentos. Es muy probable que las mujeres al ser custodios del excedente se convirtieran en grupo peligroso con un poder de influencia rebelde sobre la familia y la sociedad. Además se impone y exige la virginidad para garantizar que las tendencias instinto-afectivas no golpeen al poderío del capital. También es muy probable que los excesos de racionalismo lógico presente en la misoginia hagan que de las mujeres se odie esa descontrolada fuerza animal tan irreductiblemente manifiesta en los comportamientos de su organismo y tan satanizados por esa moral que hizo reñir al cuerpo con el alma. Discurso dominante que busca convencer a la víctima sobre los beneficios implícitos de su esclavitud y la conveniencia mercantil de someterse con silencio, educación, resignación y buenas maneras. Y hay quien lo acepta. La misoginia es una forma de traición perversa autodestructiva y sociopatológica de la especie que no omite una relación sadomasoquista. Las mujeres bien colonizadas suelen ser buenos agentes propagadores de la misoginia. Por eso su participación en todos los formatos socioeconómicos misóginos se acepta a condición de que sea capaz de reproducir los discursos que la dominan. El papel histórico de la servidumbre con todas sus modalidades aparece como destino manifiesto femenino. El colmo es que también hay mujeres misóginas. La relación misógina pauta las estructuras de todos los institucionalismos como consustancialmente antípoda de la democracia. El mayor peligro para un misógino funcional no radica, por ejemplo, en el engaño o pérdida de su pareja, sino en perder esos bienes en los que está incluida inventarialmente su mujer. Esa misoginia se expresa en chistes, bailes y modas, cuyo resultado moral tiende principalmente a subestimar el intelecto de la mujer ridiculizándola. El misógino es competitivo por antonomasia, necesita reiterarse infinita, febril y patológicamente una superioridad montada sobre su fragilidad. Por eso el misógino se histeriza y se tecnologiza. Trasplanta su incapacidad de relación sana con las mujeres a lenguajes de comodidad eficientista aprobados por la misoginia social dominante y aplaudidos como virtudes morales. Para el misógino profesionalizado el peor efecto boomerang es la angustia producida por sus verdades profundas, que más temprano que tarde, lo asaltan para poner en tela de juicio su autoridad, infalibilidad y hombría. Por eso su mayor dolor radica en el derrumbe constante que sufren sus esquemas, círculo vicioso de impotencias propias. La misoginia arremete contra la madre, las hermanas, las amigas, y cuanta mujer aparezca como blanco de descargas neurotizadas. Hay misoginia en el arte, la ciencia, la religión, la política, la industria y la burocracia. Existen vocabularios misóginos especializados. Se aplaude, se producen vanaglorias permanentes y se lucen al precio de conquista cultural invaluable. Toda la carga ofensiva misógina parece no tener límite y estar en plena expansión posmoderna. A cual más, la realidad está plagada con casos que cierran el paso sistemáticamente a toda forma de vinculación igualitaria y respetuosa entre hombres y mujeres. La guerra de los sexos ha sido un gran negocio.

1 comentario:

Antonieta dijo...

Excelente Post. Difícil desenmarañar esa trama de moralinas que esconden el privilegio de una parte de la especie sobre otra. Privilegio que se convierte en violencia. Me gusta la explicación que das sobre la competitividad del misógino, su apropiación de los espacios simbólicos y morales.